domingo, 17 de julio de 2016

Verdi I DUE FOSCARI (Teatro Real, 15-VII-2016)

Verdi a cuentagotas

Plácido Domingo (Francesco Foscari)
Angela Meade (Lucrezia Contarini)
Michael Fabiano (Jacopo Foscari)
Roberto Tagliavini (Jacopo Loredano)

Pablo Herras-Casado (Director Musical)

(Versión de Concierto)

El “Verdi de galeras” (dicho sea de paso, un período fascinante del compositor, que si no existiera habría que inventarlo) no es, ni mucho menos, habitual por estos pagos madrileños. Por eso, estas funciones en concierto de “I Due Foscari”, habían despertado gran expectación, y estaban diseñadas, sobre el papel, para tirar cohetes. Sin embargo, la decepción ha sido grande, sobre todo en lo relacionado con la soprano (Angela Meade) y el director de orquesta (Pablo Heras-Casado). La voz suntuosa de la señora Meade, que conocía sólo a través de grabaciones, nada tiene que ver con lo oído estos días en el Real. Su aria de presentación fue un desastre, con la voz totalmente descompuesta: cada nota en un sitio, el grave hueco y sin apoyo, el centro con un vibrato desaforado, y el agudo un puro grito. Los intentos por apianar se convertían en una especie de maullido con sordina. Del aspecto expresivo no se dice nada, porque ya se sabía que la señora es un marmolillo. Con el paso de la función, la cosa fue cogiendo algo más de hechuras, pero sin conseguir en ningún caso salir a flote con la prestancia que se le suponía por su fama. Puede ser que se tratara de una mala noche, pero por desgracia tiene toda la pinta de que estamos ante una voz arañada por el abuso de un repertorio no apto para experimentos.

Por lo que respecta al director, el granadino Pablo Heras-Casado, (también precedido por grandes ditirambos sobre su talento y aptitudes), convirtió la orquesta en un carro de combate que embestía a todo el que se ponía por delante. Una dirección estruendosa, pesante (la barcarola pareció más bien una marcha militar), sin alma, mecánica y desequilibrada (¡qué obsesión con realzar el acompañamiento rítmico de metales y cuerda grave, convirtiendo la orquestación en una especie de charanga de pueblo!). La tinta tan característica de esta obra, cargada de patetismo, opresión y cansancio vital (un "mortuorio", la llamaba Verdi), pasó desapercibida, sepultada por toneladas de decibelios, carentes de personalidad y de carácter. Para rematar la faena, presentó la partitura al estilo carnicero de los años cincuenta del pasado siglo, es decir repleta de cortes (sobre todo los “da capo” de las cabalettas) que no tienen ningún sentido en una obra tan breve (tampoco lo tendría en una obra de más duración), pero que además en este caso lo único que se consigue es descompensar las estructuras formales de la partitura. En definitiva, la típica dirección que tiene el dudoso mérito de que una obra de buena factura, pero con debilidades, parezca peor de lo que en realidad es.


La parte más positiva de la velada vino dada por las voces masculinas. Por suerte, encontramos al señor Domingo en una de esas noches en que el divo parecía que se había echado una gratificante siesta y había comido buenos alimentos: la voz fresca, todavía con algo de resuello y sin hacer sufrir al personal. Leyó la partitura con su competencia habitual y recibió los vítores de rigor. Lo de hacer música, construir un personaje y transmitir emociones, lo dejó para otra ocasión. Vistas algunas de sus últimas apariciones, casi que nos damos con un canto en los dientes. Y precisamente justo eso que le faltó a Domingo fue lo que derramó Michael Fabiano. La voz (que recuerda mucho a la del joven Carreras, con menos terciopelo que el catalán, pero con más pegada y fulgor) brilla sobre todo en el agudo sobre algunas vocales (no la “i” precisamente), pero pierde sustancia en el grave y en el paso, que está sin resolver, emitido todo abierto y a la buena de Dios. Es el típico cantante que, como dirían los viejos maestros, “canta con el capital y no con los intereses”. Aún así, es un artista y hace música, que es algo bastante diferente a dar notas, que es lo que hacen la mayoría. El recitativo de presentación y el aria subsiguiente fueron un modelo de exposición, de fraseo y de caracterización de un personaje. En la escena de la cárcel, le echó testosterona para superar la complicada tesitura, y estuvo un peldaño por debajo en su despedida, con exceso de énfasis y de espasmos. No sabemos cuánto durará, pero habrá que aprovecharlo.

Buen nivel de los secundarios y comprimarios, y rotundo el coro, que, aunque con algunos desajustes (sobre todo en el sector masculino), mantuvo el tipo y sudó de lo lindo para seguir el torbellino sonoro demandado por el director.

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