Verdi a cuentagotas
Plácido Domingo (Francesco Foscari)
Angela Meade (Lucrezia Contarini)
Michael Fabiano (Jacopo Foscari)
Roberto Tagliavini (Jacopo Loredano)
Pablo Herras-Casado (Director Musical)
(Versión de Concierto)
Plácido Domingo (Francesco Foscari)
Angela Meade (Lucrezia Contarini)
Michael Fabiano (Jacopo Foscari)
Roberto Tagliavini (Jacopo Loredano)
Pablo Herras-Casado (Director Musical)
(Versión de Concierto)
El “Verdi
de galeras” (dicho sea de paso, un período fascinante del compositor, que si no
existiera habría que inventarlo) no es, ni mucho menos, habitual por estos
pagos madrileños. Por eso, estas funciones en concierto de “I Due Foscari”,
habían despertado gran expectación, y estaban diseñadas, sobre el papel, para
tirar cohetes. Sin embargo, la decepción ha sido grande, sobre todo en lo
relacionado con la soprano (Angela Meade) y el director de orquesta (Pablo
Heras-Casado). La voz suntuosa de la señora Meade, que conocía sólo a través de grabaciones, nada tiene que ver con lo oído estos días en el Real. Su aria de
presentación fue un desastre, con la voz totalmente descompuesta: cada nota en
un sitio, el grave hueco y sin apoyo, el centro con un vibrato desaforado, y el
agudo un puro grito. Los intentos por apianar se convertían en una especie de
maullido con sordina. Del aspecto expresivo no se dice nada, porque ya se sabía
que la señora es un marmolillo. Con el paso de la función, la cosa fue cogiendo
algo más de hechuras, pero sin conseguir en ningún caso salir a flote con la prestancia que se le suponía por su fama. Puede ser que se tratara de
una mala noche, pero por desgracia tiene toda la pinta de que estamos ante una
voz arañada por el abuso de un repertorio no apto para experimentos.
Por lo
que respecta al director, el granadino Pablo Heras-Casado, (también precedido
por grandes ditirambos sobre su talento y aptitudes), convirtió la orquesta en
un carro de combate que embestía a todo el que se ponía por delante. Una
dirección estruendosa, pesante (la barcarola pareció más bien una marcha
militar), sin alma, mecánica y desequilibrada (¡qué obsesión con realzar el
acompañamiento rítmico de metales y cuerda grave, convirtiendo la orquestación
en una especie de charanga de pueblo!). La tinta tan característica de esta obra,
cargada de patetismo, opresión y cansancio vital (un "mortuorio", la llamaba Verdi), pasó desapercibida,
sepultada por toneladas de decibelios, carentes de personalidad y de carácter. Para
rematar la faena, presentó la partitura al estilo carnicero de los años
cincuenta del pasado siglo, es decir repleta de cortes (sobre todo los “da capo”
de las cabalettas) que no tienen ningún sentido en una obra tan breve (tampoco
lo tendría en una obra de más duración), pero que además en este caso lo único
que se consigue es descompensar las estructuras formales de la partitura. En
definitiva, la típica dirección que tiene el dudoso mérito de que una obra de
buena factura, pero con debilidades, parezca peor de lo que en realidad es.
La
parte más positiva de la velada vino dada por las voces masculinas. Por suerte,
encontramos al señor Domingo en una de esas noches en que el divo parecía que
se había echado una gratificante siesta y había comido buenos alimentos: la voz
fresca, todavía con algo de resuello y sin hacer sufrir al personal. Leyó la
partitura con su competencia habitual y recibió los vítores de rigor. Lo de
hacer música, construir un personaje y transmitir emociones, lo dejó para otra
ocasión. Vistas algunas de sus últimas apariciones, casi que nos damos con un
canto en los dientes. Y precisamente justo eso que le faltó a Domingo fue lo
que derramó Michael Fabiano. La voz (que recuerda mucho a la del joven
Carreras, con menos terciopelo que el catalán, pero con más pegada y fulgor)
brilla sobre todo en el agudo sobre algunas vocales (no la “i” precisamente),
pero pierde sustancia en el grave y en el paso, que está sin resolver, emitido todo
abierto y a la buena de Dios. Es el típico cantante que, como dirían los viejos
maestros, “canta con el capital y no con los intereses”. Aún así, es un artista
y hace música, que es algo bastante diferente a dar notas, que es lo que hacen
la mayoría. El recitativo de presentación y el aria subsiguiente fueron un
modelo de exposición, de fraseo y de caracterización de un personaje. En la escena
de la cárcel, le echó testosterona para superar la complicada tesitura, y
estuvo un peldaño por debajo en su despedida, con exceso de énfasis y de
espasmos. No sabemos cuánto durará, pero habrá que aprovecharlo.
Buen
nivel de los secundarios y comprimarios, y rotundo el coro, que, aunque con algunos
desajustes (sobre todo en el sector masculino), mantuvo el tipo y sudó de lo
lindo para seguir el torbellino sonoro demandado por el director.
No hay comentarios:
Publicar un comentario