Mucho cuento
La Royal Opera House recupera de
nuevo una de sus más afamadas producciones: la versión de Contes d’Hoffmann que el director cinematográfico John Schlesinger creara en 1980 y que
el teatro londinense ha repuesto en varias ocasiones, con protagonistas que van
desde figuras doradas como Plácido
Domingo o Alfredo Kraus, hasta
nombres más prosaicos como Marcelo
Alvarez o Rolando Villazón.
No fue hasta muy avanzada su
carrera cuando Schlesinger decidió
dar el salto al mundo operístico, y tras el debut con estos Contes, apenas volvió a reincidir en dos
o tres títulos más: Rosenkavalier, Ballo in Maschera o Peter Grimes. Sus aproximaciones, siempre desde un clasicismo bien
entendido (aunque hay que tener en cuenta que en su tiempo los hunos escénicos
todavía no habían copado el terreno, y aún crecía la hierba), partían, como
debe ser, desde la esencia musical y de ahí se desarrollaba la idea y las
situaciones teatrales, sustentada sobre todo en una sugerente labor actoral. En
concreto, esta producción de la ópera de Offenbach,
que ha sido recreada para la ocasión por Daniel
Dooner, sigue manteniendo lozanía, espíritu,
y poder atmosférico, además de suponer un oasis para la vista del aficionado
operístico, acostumbrado a que le sangren los ojos, un día sí y otro también,
con el consuetudinario cutrerío minimalista.
Por contra, el rutilante
protagonista elegido para esta reposición nos devuelve a la prosa de la vida:
la emergente estrella Vittorio Grigolo
es la típica voz juvenil, bella y fresca, acompañada además de una buena
planta, pero en pañales técnicamente hablando. Ciudadanos que deberían de estar
casi empezando la carrera de canto, a día de hoy son las grandes estrellas que
pueblan los primeros teatros del orbe. Pero no debemos afligirnos porque todo
es factible de empeorar de aquí a poco. Y el caso es que tampoco el papel de
Hoffmann es el más idóneo para que el ciudadano Grigolo pueda brillar. Hay bastantes momentos que le ponen en un
compromiso en la zona grave (la balada de “Kleinzach”
sin ir más lejos). En las situaciones más líricas no sabe recoger la voz y opta
por el falsete desapoyado y filiforme. El canto es por las bravas, espontáneo y
generoso, pero plagado de sonidos abiertos, y rehúye las puntature al agudo, no escritas, pero que una estrella que se
precie debe de regalar al respetable, aunque sea de vez en cuando. En fin, nos
queda la “querida presencia”, cual Comandante Che Guevara.
Thomas Hampson afronta los cuatro malvados con los restos de una
voz como la suya, que nunca fue nada del otro mundo, llena de sonidos sordos y
vacíos de sustancia. Por momentos, grita más que canta. Suple las carencias
vocales con sus dotes histriónicas en una obra que se presta a ello a poco que
se tenga cierta pericia escénica, y Hampson
la tiene. Algo es algo. Sofia Fomina
encarna a la muñeca Olympia con desenvoltura y gracia en el aspecto teatral, y
con facilidad en las subidas al agudo, si bien los sonidos no parece que estén
canónicamente liberados, circunstancia que también se aprecia en la zona
central, donde la voz se queda atascada entre la gola y la boca. De escaso
interés la Giulietta de Christine Rice,
voz estridente y metálica, poco apropiada para las voluptuosidades de su
personaje, y perfectamente prescindible el Nicklausse de Kate Lindsey, que da la sensación de ser una voz mal impostada y
que no pasa más allá del cuello de la camisa.
Lo más disfrutable del elenco
vocal viene ofrecido por la Antonia de Sonya
Yoncheva, ésta sí estrella emergente, pero con los papeles en regla y
consistentes hechuras vocales y artísticas (además de alguna otra). Hace unos meses debutaba el papel
de Norma en este mismo teatro y salía muy airosa de semejante envite. Aquí
demuestra que es una cantante seria y aplicada, con fantasía para colorear y
aligerar la emisión en función de la naturaleza de sus personajes. La voz,
además, es espléndida, de amplio caudal y bien contorneada. Sin lugar a dudas,
una de las cantantes jóvenes más interesantes y atractivas, a la que habrá que
seguir con máxima atención en el inmediato futuro. Entre los secundarios, buen
nivel de Vincent Ordonneau en el
desempeño de los cuatro sirvientes, y eficaz el veterano Eric Halfvarson como Crespel, más por la experiencia que por la
voz, que está hecha unos zorros.
La labor orquestal corre a cargo
de Evelino Pidó, que se conforma con
dirigir el tráfico para que la maquinaria funcione y no haya mucho atasco, pero
queda todo en perfil bajo, monocromo, plomizo incluso, sin distinguir caracteres
ni atmósferas, en una obra tan rica como ésta. Nada que ver, por descontado,
con las filigranas de Georges Pretre
en la primigenia versión audiovisual de esta producción. Aquello era perfume
francés… ¡Y del caro!
Como viene siendo ya demasiado habitual
en los últimos tiempos en las ediciones videográficas de las grandes marcas,
los subtítulos en español brillan por su ausencia: debe ser porque sólo somos
500 millones de potenciales compradores. Lo que sí viene como añadido es un
interesante reportaje sobre la obra, y las labores llevadas a cabo para la
reposición de la legendaria producción de Schlesinger.
No hay comentarios:
Publicar un comentario