El cansancio del guerrero
Nueva grabación de la estrella
más mediática del tenorismo rampante, que parece querer tocar todos los palos
posibles. Tras las incursiones en territorios puccinianos, veristas, verdianos,
wagnerianos, o los más ligeros de la opereta y la canción italiana, ahora le
toca el turno a la ópera francesa, si bien se trata de un campo en absoluto
novedoso dentro de la carrera de Kaufmann,
e incluso algunas de las arias que aparecen en este nuevo disco ya habían sido
grabadas anteriormente por el tenor alemán.
De todos los aficionados es
sabido que Kaufmann lleva, desde
hace un par de años más o menos, con una racha de dolencias vocales que le han
obligado a cancelaciones y períodos de reposo recurrentes. Este disco es fiel
reflejo de que no estamos en tiempos de bonanza. Se nota sobre todo en la falta
de entusiasmo, de fantasía y de colorido, que siempre han sido algunas de las
principales virtudes de su canto. Ya sabemos que Kaufmann no es un cantante precisamente ortodoxo, pero ha sido
capaz hasta ahora de convencer, incluso a los menos proclives, por medio de su
particular seducción canora, basada en la minuciosidad del fraseo, la expansión vocal, y la efervescencia de la
expresión, llena siempre de detalles imprevisibles e imaginativos. Aquí, en
cambio, todo suena más plano, más impersonal y más cuadriculado.
Sorprende, en ese sentido, que
pasen sin pena ni gloria, páginas tan atractivas como las arias de Romeo
(decepcionante versión por la falta de poesía y por el inadecuado color de voz
que no refleja la juventud del personaje), de Werther (cantada en plan funcionarial,
sin una pizca de emoción), o de Le Cid
(una traducción aceptable pero de escaso entusiasmo). Tampoco aportan nada los
acercamientos a papeles que poca idoneidad tienen con su voz, como es el caso
del dúo de Pescadores de Perlas
(donde se le nota muchísimo el esfuerzo por la incómoda tesitura, demasiado
liviana para sus medios, ya muy endurecidos), o Manon (en el dúo cantado con Yoncheva
hay más acentos veristas que perfume francés). Y si bien Hoffmann podría ser un
papel apropiado, el fragmento presentado aquí le pone en durísimos aprietos
dada su terrible tesitura, a partir de la frase “Comme des astres radieux” y subsiguientes.
Pero Kaufmann tiene también la
virtud de dejar detalles incluso en los momentos más críticos, ya que en esa
misma aria de Contes, al retomar toda la sección final, partiendo de la frase
inicial “O Dieu, de quelle ivresse”, lo hace de manera envolvente, con
mucha calidez y sensualidad. También en el otro fragmento de Manon incluído en
el recital (el aria "En ferment les yeux"), consigue doblegar una emisión tan
muscular como la suya en una página que pide justo lo contrario: una emisión a
flor de labios, con sonidos vaporosos y flotantes. El tenor alemán sale
bastante airoso del trance, cantando con
recogimiento, dentro de lo que cabe, aceptables variaciones dinámicas, y con
algún filado de buena hechura (como en “Il y faut encor”).
En otros momentos del recital,
Kaufmann alterna cal y arena, como en él es habitual. Así, por ejemplo, en el
aria de Mignon, parece haber algo más de implicación, aunque sin que la llama
acabe de prender. Aporta un buen legato y alardes de fiato, si bien abundan las
notas abiertas en la zona de paso, un mal que cada vez resulta más evidente. El
aria de Le Roi d’Ys es una interpretación agradable, de canto suave (muy
buena pinta tiene el ascenso en piano, esta vez sí, al La3 de “Je vais, helas,
mourir”, justo al final). Y en el aria de la flor, de Carmen, se aprecia que se
trata de un fragmento bastante más trabajado y asimilado. Es buena la frase inicial del aria ("La fleur que tu m’avais jetée") y logra transmitir algo más de
apasionamiento y variedad en el fraseo. Aún así, se nota que la voz flaquea por
momentos, como en los ataques sobre zonas conflictivas (Lab de “Car tu n’avais”
y subsiguiente Solb de “Qu’a jeter un regard”), con sonidos chamuscados, y
tampoco está nada conseguido el falsete final sobre el Sib, un pelín calante.
Lo más granado del recital
aparece en las páginas más heroicas o decadentes, como es el caso del “O
paradis”, de L’Africaine, que el tenor inicia con un recitativo de canto
embelesado. Precioso también el ataque (en una voz mixta muy bella) del primer
“tu m’appartiens”. La parte de mayor exaltación queda bien definida y diferenciada, y le queda muy apañado el ataque al
Sib final, aún contando con que la voz ya no tiene el esplendor de antaño. También
brilla Kaufmann en las dos páginas de Berlioz
que cierran el recital: “Merci, doux
crepuscule”, de La Damnation de Faust,
que es de lo mejor del disco por el aspecto declinante y crepuscular del
fragmento, que se amolda muy bien a su naturaleza y su actual estado vocal,
además de que el cantante se muestra muy riguroso con las abundantes
acentuaciones dinámicas y expresivas de la partitura (pianísimos, sotto voce,
reguladores…)
De muy buen nivel también el aria
“Inutiles regrets”, de Les Troyens, donde Kaufmann muestra por fin su acostumbrada fantasía y versatilidad en
esta particular recapitulación berlioziana del aria tripartita. Bello el comienzo
del andante, “Ah, quand viendra l’instant”, aprovechando la donosura y
sensualidad de su zona central, así como el ataque “dolce” de “Lutter contre
moi-meme et contra toi, Didon”. Y está valiente y fervoroso ante la empinada
tesitura de lo que podríamos denominar como “cabaletta” del aria, encaramándose
con gallardía, aunque sin especial brillo, al Do4 de “Bienfaitrice”. Por último
señalar que el aria de La Juive resulta una interpretación atractiva, aunque algo falta de aristas. Hay buenas intenciones no siempre logradas del todo, como el
inicio de la segunda estrofa, donde el tenor intenta recoger los sonidos de
manera poco convincente, resultando más bien una sucesión de notas “apagadas”
por falta de un verdadero sostén, pero por las particularidades de su voz y sus
buenos acentos dramáticos, sin duda sería muy interesante escucharle el papel
en una versión completa de la obra. Seguro que, dadas las características dramáticas y míticas del
papel, lo tiene en mente para dentro de algún tiempo.
Como compañeros de batalla tiene
a Yoncheva (con su voz siempre
carnosa y sensual) en el dúo de Manon,
y a Tezier (quien, simplemente,
pasaba por allí) en el dúo de Pescadores
de Perlas. La dirección orquestal de Bertrand
de Billy al frente de la Bayerisches Staatsorchester es correcta y musical,
pero anónima y poco sugerente.